lunes, 6 de mayo de 2013

El aborto: Gallardón y la vida digna.

 

A la espera de que vea la luz el texto definitivo del proyecto de ley un sector del partido popular se ha mostrado contrario a la eliminación del supuesto de malformación del feto. Una medida que levantó ampollas desde que se conoció su posible inclusión y que supondría un retroceso de casi 20 años.
La modificación anunciada por Gallardón ya hizo alzar la voz hace unos meses a médicos y mujeres. Para mí la cuestión no admite debate alguno, nadie debe obligar a sufrir a una persona.  Las malformaciones del feto pueden, en algunos casos, llevar al futuro niño a una vida de dolor y penurias. Sus padres, por su parte, vivirían día a día la peor de las tristezas, ver sufrir a un hijo sin poder hacer nada para ayudarlo, criar a un niño que nunca podrá valerse por sí mismo. ¿Alguien puede obligar a otra persona a una vida así? Sin duda esta es una decisión que solo uno mismo puede tomar.     
   
Cuando Zapatero reformó esta misma ley la polémica iba en otra dirección. La mayor parte de la atención la acaparó la inclusión del derecho al aborto de menores sin consentimiento ni conocimiento de sus padres. Sinceramente yo no estoy de acuerdo en que sea así, ya que cualquier procedimiento médico que conlleve un riesgo, por pequeño que sea, e implique a un menor de edad debería ser puesto en conocimiento de los padres. Sin embargo, en cuanto al consentimiento,  no puedo evitar pensar en la situación en que podría encontrarse una menor embarazada con un padre como Gallardón.
 
La ley del aborto, desde mi punto de vista, debe proteger ante todo a la mujer. No es que no crea en el derecho a la vida, simplemente creo en el derecho a elegir y, especialmente, en el derecho a una vida digna. Tanto para la madre como para el bebé. Sin esto garantizado nadie debe elegir por nosotros. Más aún cuando por un lado se defienden modificaciones como excluir las malformaciones del feto  de los supuestos y, por otro, se recortan las ayudas a la dependencia.
 
Todo aquel que sea contrario no debe sentirse ofendido, pues nadie le obliga a abortar. Simplemente debería respetar que otras personas piensen y actúen de forma diferente. A fin de cuentas, con una ley o con otra, el aborto seguirá existiendo. La diferencia es que, cuanto más restrictivo sea, la clase pudiente saldrá al extranjero para ejercer su derecho a decidir y quien no tiene fondos encontrará otra manera de solucionarlo, con todo cuanto esto conlleva.
 
El aborto es y siempre ha sido un tema escabroso. Legislarlo sin polémica es complicado, por no decir imposible. Por eso en estos casos siempre debe imperar el sentido común, que nunca es amigo de los fanatismos.

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